miércoles, 4 de septiembre de 2013

Como testigo de una vida (V)

Olivetti
Cuando la tinta se acaba, cuando el folio no siente la presión de las teclas, cuando la hoja se amarillea, cuando los folios quedan unidos por una goma que los oprime, cuando no hay un receptor para un emisor, cuando el tiempo araña el sentido...

Y llegó el viernes y Ángeles encontró otra carta, y volvió a salir al patio. Y tras leerla cortó la margarita más bella que encontró y la prendió de nuevo en el sombrero de su marido. Otro te quiero que le había llegado al alma.
“Querida Ángeles, ¡qué maravillosa margarita pusiste en mi sombrero al irme! La lucí con tremendo orgullo. Varios me preguntaron a santo de qué venía llevar una flor. Sólo podía contestar con una sonrisa. Te vi tan bonita cuándo te acercabas para colocármela. Estuve a punto de no reprimirme…

Te quiero

     Antonio"                                    

Y pasó otra semana, y recibió otra misiva, otra declaración de amor.
“Querida Ángeles, lamento tanto la muerte de tu padre. Bebí cada gota que emanaba de tus ojos. No pude protegerte del golpe. Se me eriza la piel y pierdo el sueño cuando te veo tan triste. Ojalá hallase el consuelo perfecto que necesitas…
Te quiero

Antonio”

Y pasó el duelo y la vida continuó por inercia. Y los chicos se hacían mayores a cada instante. Y ella esperaba cada carta con impaciencia. Y seguía cortando margaritas. Y el viernes se convirtió en su día preferido, en su instante de ilusión, en su noche de bodas.
“Querida Ángeles, qué sensación maravillosa al echar la vista atrás. Guardo una existencia de momentos increíbles a tu lado. Almaceno en mi memoria el nacimiento de cada hijo y de las noches en vela tras los partos cogiéndote de la mano. Era mi manera, tal vez simple, de hacerte saber que seguía a tu lado…
Te quiero

Antonio”

Y así pasaron las semanas y los años. Y un viernes cualquiera ella recibió la carta más emotiva de las que hubiera leído antes.
“Querida Ángeles, siento que esto no es más que un juego de reconquista eterna. Un intensivo para que me guardes muy dentro de tu alma. Sé que en nuestros cuerpos hay cicatrices pero me pasaría la vida besando cada una de ellas. Eres mágica, todopoderosa. Tuve la suerte de encontrarme con una gran compañera de viaje. Viviría a tu lado una y mil vidas porque lo eres todo para mí. Eres el hogar al que vuelvo feliz, la persona que ilumina mis días con cada sonrisa. Eres…
Te quiero

Antonio”
Con cada misiva ella revivía, cargaba sus energías y estaba dispuesta a luchar contra el tiempo. Por delante otros 7 días, jornadas de espera pero también espacio suficiente para paladear el sabor dulce que le dejaban los textos de su esposo derramados en los labios.
Pero todo es finito y el calendario tenía marcado el día. La alegría de la casa fue ahogada en llanto. Corría el año 1977. Abril. El tercer día del mes. Él se armó de valor y le dijo ‘te quiero’ en voz alta ante quienes estaban en la sala. Al instante cerraron el ataúd. El ‘para siempre’ cruzaba las líneas del otro mundo.
Ángeles falleció el domingo, discreta, como siempre fue. Una subida de tensión la convirtió en pasado a sus 57 años.
A él le tocaba morir durante 18 años más.



Continuará…

Como testigo de una vida (I)
Como testigo de una vida (II)
Como testigo de una vida (III)
Como testigo de una vida (IV)
Como testigo de una vida (VI)

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