sábado, 17 de agosto de 2013

Como testigo de una vida (I)


Olivetti, Pluma 22
Hay palabras que se escriben y que nunca serán pronunciadas. Hay oídos que esperan escucharlas pero que saben, a ciencia cierta, que no llegarán. Un momento en el que un papel es hilo de voz.

Y, de repente, algo cambió en sus vidas, una verdadera revolución. Después de tanto tiempo encontraron la manera de sentirse el uno al otro mucho más cerca. Los años no habían menguado el amor y, ahora, podían gritárselo a golpe de tecla. Sin pudores, sin vergüenza. Esa extraña confianza madurada en el tiempo, rodeada de alboroto infantil y sostenida a través de miradas furtivas temiendo ser cazadas. Así era como debía ser, lo que estaba estipulado, lo debidamente correcto. Hasta que ella llegó a sus vidas.
Y llegó 23 años después de haberse dado el ‘sí quiero’ en la iglesia del pueblo aquel lluvioso 20 de octubre de 1937. La boda era ya un borrón en sus memorias, un recuerdo aniquilado por el nacimiento de 14 hijos, de sus primeros pasos, de sus primeras palabras, de sus primeros amores… Esa fecha ahora sólo sirve para marcar un antes y un después en sus vidas. Dejaron de ser niños ante los ojos de Dios y de sus padres, pero seguían siendo inocentes de experiencias. Pronto pasarían a comprender el mecanismo de la vida. Con 17 años ella se vistió de blanco y él, con 18 recién cumplidos, la acompañó en el altar. Estaban enamorados, sí. Pero no tuvieron mucho tiempo para saborearlo. Pronto llegaría un bebé al mundo y las prioridades cambiarían de un plumazo. Él trabajaría en un banco y ella sería ama de casa.
Con el ajetreo de lo cotidiano no había tiempo para caricias y abrazos. Siempre quedó el cariño y el respeto, pero dejaban pasar disimuladamente los ‘te quiero’ tan cerca de sus cuerpos que incluso les quemaba la piel. Hasta ese maravilloso día en el que todo cambió: el 4 de marzo de 1960. Él se presentó en casa con una caja amarilla y verde. Dentro, una máquina de escribir. Una Olivetti Pluma 22, el último avance que provocaría el final y el principio.
Ella se interesó por el artilugio, él tenía un plan. Ella volvió a sus tareas, él se sentó dispuesto a ponerlo en marcha.
Poco después sonó el reloj. Las 14:30. La hora de comer. Él decidió dejar para más tarde su momento de escritura...


Continuará…

Como testigo de una vida (II)
Como testigo de una vida (III)
Como testigo de una vida (IV)
Como testigo de una vida (V)
Como testigo de una vida (VI)


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