¿Por qué queríamos crecer? ¿Lo recuerdas? ¡Cuántas veces
siendo niños pensábamos que lo mejor sería hacernos mayores! Y lo creíamos con
ciega fe, dispuestos a mudar nuestro cuerpo y deshacernos de las prendas
pegajosas de la inocencia y la seguridad que nos rodeada, que nos asfixiaba la
libertad. Cuántas veces…
Hacernos mayores, ya ves, ¡qué locura!
Nuestros problemas entonces eran gigantes que venían a
aplastarnos con todo el peso de una pluma que volaba despacito y distraída, luchando
con fuerza para no llegar al suelo, resistiéndose a los parámetros marcados por
la gravedad. En aquellas tardes de inquietud y batido, desaliento, con su pizca
de canela y su cucharadita de miedo mezclado, todo se podía solucionar
tendiéndonos sobre la cama y cerrando los ojos. Un ratito después todo había
pasado.
Los adultos eran grandes dioses de la experiencia, dueños de
sus acciones y capaces de saltarse el calendario impuesto. Nosotros queríamos ser
como ellos. Vivir. Tener responsabilidades.
Un trabajo, una casa con jardín, unas vacaciones en la playa. Una barbacoa con
los amigos, una piscina, una puesta de sol con vino, una lluvia de estrellas
sin hora de vuelta a casa.
Ellos parecían disfrutar de la libertad.
Y queríamos crecer… ¡Qué engañados estábamos!
Ahora que sujeto tu mano para ayudarte a caminar me doy
cuenta de todo. Mi mano también está arrugada y los huesos sufren las dentadas
del cambio del tiempo. Lo hacemos todo despacio y, sin embargo, las horas
corren veloces como nunca antes lo hicieran. Nuestros ojos no lanzan miradas
con tanto brillo porque apenas nada es nuevo para ellos. La capacidad de
sorprendernos ha menguado como la última luna. Se cumplió lo que tanto
anhelábamos y fuimos perdiendo la fantasía y la magia según pasaban las
primaveras de largo. Era algo inevitable pero no habíamos hecho un balance de
los daños colaterales. La mayoría de edad, al final, resultó no ser tan
gratificante y el peso ligero de la pluma se volvió pesado como nuestros
bastones. La presión en el trabajo, la hipoteca de nuestro hogar, el verano sobre
el asfalto, el sándwich de pavo, la ducha rápida, el amanecer con litros de café
y las estrellas que corrían sin ser vistas por la luz que empapaba la ciudad.
Peter Pan fue un sabio. Y ahora sí somos conscientes de ello.
Todo nos dio la vuelta y las ideas se volvieron del revés. Lo sabemos en estos momentos, cuando lo miramos desde el banco
del paseo y lo vemos retozar sobre la arena haciendo corazones que se tragará
el mar. Él es la libertad en su más pura definición. A veces, detrás de un
acuoso velo que aún no rompe en lágrima, me pregunto… ¿sentirá él también la
necesidad de hacerse mayor?
Ojalá que no. Ojalá que su niñez llegue a un pacto con el
tiempo y se alargue tanto como inocencia pueda conservar.
Me encanta como escribes, artista!!!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario y por el ratito que has dedicado a leerme. Una margarita preciosa para tu sombrero :)
Eliminar