miércoles, 1 de mayo de 2013

En la ribera del río me senté y recordé


Lo llaman “río de vida” pero yo sólo lo busco cuando estoy muerta. Lo vi nacer, crecer y morir en el mar. Lo he observado desde puentes y caminos, desde puntos y perspectivas diferentes. Ejerce en mí un gran magnetismo. Me llama, me escucha, me mima y sigue siendo mi confidente. Al fin y al cabo soy una gota de agua más y me uniré a la marea.

Hoy me senté a su lado mientras realizaba el camino. Es oscuro, arrastra tierra y pasado. Recuerdos que agonizan mientras se queman en su superficie y, sin quererlo, me acordé de ti. Pensé en los momentos en los que la ilusión le ganaba la partida al miedo, las ganas derrotaban las barreras y aún nos sentíamos niños invencibles. Ahora nos hemos convertido en desconocidos, extraños, nadando en un océano de estupidez. Hacemos grande lo pequeño y lo pequeño es ignorado.
Pasaron barcos, piragüas y aviones. Un chico intenta pescar el ferrari que vendió el monje. Detrás de mí hay niños que gritan, padres que ríen, bicicletas que pasan corriendo y un perro que se acerca gruñendo a oler las plantas. La vida me rodea y yo sigo aquí tan muerta. Presente pero ausente. El abismo se volvió a instalar en mi estómago. El agua corre por las venas y no calma mi sed.
Hoy mi fantasma se dio un baño y tocó fondo. Hizo burbujas de color azul en medio de tanto barro. Buceó en mi memoria y sacó a flote tu presencia, debía no estar muy profunda porque no tardó en salir. Miró a un lado y a otro y había puentes, pero nadie los cruzaba, se desconcertó. Entonces decidió salir, sentarse y tomar el sol junto a mi muerto. La corriente se hacía más fuerte y empezó a hacer ruido. Nos asomamos. Sólo había una sombra reflejada en el río. Nunca supimos de quién de los dos era.


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