martes, 30 de abril de 2013

Noche de brujas


Me senté y puse los brazos sobre la mesa. La miré fijamente y ella me dio a elegir entre dos de los brebajes que había preparado. Me decanté por la jarra de la verdad. Me sirvió un vaso. Sorbito a sorbito fui agotando el líquido y me sentí con ganas y fuerza para empezar a hablar. La miré a los ojos. Era mi brujita. Estaba en buena compañía.


Comencé a explicarle cómo me sentía y lo que quería. Un remolino de deseos que dejó su impronta en un papel que sacó de su bolsillo. La tinta era negra, su caligrafía perfecta, mis pensamientos no eran nítidos, sólo borrones.
Enumeraba mis preguntas y las adornaba con un interrogante enorme. Ella no tenía las respuestas pero encontró el mensaje entre mis divagaciones. Entendía incluso lo que yo no llegaba a entender. Se levantó, guardó la carta en su capa, cogió su sombrero y se acercó a la ventana. Cruzaré la calle, me dijo, entregaré la nota. Voló.
Empezó a llover, la vi esquivar las gotas y posarse en el suelo. Iba dando pequeños saltitos. No volvió la mirada hacia atrás. Nunca más supe de ella. Me contaron que la vieron intentar superar un charco pero cayó dentro, la tinta desafió el agua y la tiñó de negro. Se ahogó, y con ella mi mensaje. Sabrás que existió si paseas por la avenida y miras al suelo.
En las noches de brujas todo puede pasar, incluso lo imposible. Puede que el mundo te dé una nueva oportunidad o que todo se ponga del revés. Yo perdí a mi bruja y tú nunca recibiste mi mensaje. Tal vez era lo que tenía que pasar. Tal vez nunca debió pasar. Tal vez pasará.
Aún me queda el otro brebaje y una larga noche para pensar. Mientras, mi gata maúlla a la luna desde el otro lado de la ventana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Muchas gracias por leerme!