lunes, 24 de junio de 2013

La diferencia es un pañuelo

"Perdido, como el ojo del maniquí", Sabina
Últimamente he leído que todo depende de la química. El cerebro nos juega malas pasadas. Una ruptura sentimental duele igual que una patada por culpa de nuestra cabecita, el amor es cuestión de oxitocina, si te relajas es porque segregas endorfinas, la euforia es adrenalina pura y la tendencia a la depresión es por culpa de la serotonina. Viendo que nuestro ‘yo’ consciente tiene poco que decir… lo mejor es ponerse un pañuelo sobre el pelo y esperar a todo vaya bien por ahí dentro.


Porque está claro que hay cosas que no están bajo nuestro control. Hay miles de aspectos que se nos escapan, como esta química que nos hace sentirnos mejor o peor. Lo que sí que podemos hacer ante el nuevo día es cambiar nuestra actitud. De ahí que debamos elegir el color del pañuelo con el que queremos caminar. Para pañuelos… colores. Para colores… deseos.
Verde esperanza para cuando el día se prevea gris. Amarillo, mágico en las tardes de nubes densas. Azul, para contrarrestar las lágrimas de despedida del ayer. Blanco, para cuando la nostalgia nos traiga recuerdos de personas que ya no están en este presente. Negro, elegancia y acierto para citas con trascendencia.
La forma y el tamaño no importan. Los cuadros, las rayas o los lunares… todos son aceptables. El liso para mostrar nuestra fuerza ante todo, la seguridad, la lucha desarmada y desalmada ante las injusticias. Todo es actitud. Sonríe al despertar y evita que la ‘mala’ química supere tus expectativas.
Aunque para ello, yo siempre preferiré para mi día a día el que lucía la gran Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes. Un pañuelo hilvanado con un 20% de locura, un 25% de improvisación, un 30% de diversión; un 8% de inocencia, 8% de picardía, 4% de elegancia, 3% de descaro y un 2% de ilusión. Así, pasando por la vida dando pisotones de aire, llevando mensajes de lluvia y otras inclemencias del tiempo al lobo con piel de cordero, y cantando en una ventana canciones con dulce voz para hacerle cosquillas al destino junto a un gato que sigue vivo de puro milagro.

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