¡Qué raro el mundo exterior! A mí me lo parece. Pese a ser
pequeña, el otro día soplé las ocho velas que adornaban mi tarta,
ya tengo una idea de cómo es el mundo. Soy Sofía, y mis papás me
miraban en mi cumple tras un velo de tristeza. Quieren ayudarme, me
quieren, y yo lo sé. Creo que piensan que con su esfuerzo podré
avanzar. Se lo agradezco tanto…
Soy consciente de muchas cosas, sé que mis familiares, mis tíos, me
ven como una niña difícil; incluso tengo claro que hay personas que
piensan que no estoy bien, que estoy enferma. Como digo, soy
consciente de muchas cosas pero no consigo entender otras. Me
trasladan de sitio en sitio. Hay hombres vestidos de blanco que
intentan jugar conmigo, quieren que hable con ellos, analizan mi
conducta. Todos quieren ayudarme pero lo que no tengo claro es quién
necesita más ayuda. A mí no me gusta conversar, de hecho hay muy
pocas cosas que me llamen la atención del mundo en el que viven los
demás. Normalmente me evado de esta “realidad” porque me aburre.
Hay normas y ritmos de vivir que están impuestos y que hay que
acatar para que te acepten. No me gustan las órdenes ni el orden,
para mí desorden, en el que vive la gente que me rodea.
A mí, sin embargo, me gusta coger mi muñeca y abrazarla, mirar la
pared pintada de blanco y pensar que es un lienzo que sólo yo puedo
decorar a mi antojo. Me he creado un micromundo dentro del
supramundo. La paz, la tranquilidad y el silencio son los pilares
fundamentales. Me concedo grandes licencias… a veces coloreo
mentalmente de azul el tabique de mi cuarto y me paso horas nadando
en el mar. Otras, lo pinto de verde. Me gusta el color verde, es
sereno, dan ganas de dormir. Entonces me imagino en un bosque
frondoso donde el aire vespertino me mueve la melena a su antojo.
Esas corrientes de viento a veces traen mensajes que no puedo
desvelaros. Digamos que la pared de mi cuarto y yo hemos llegado a un
acuerdo: nos guardamos mutuamente los secretos…si los contara la
gente pensaría que no estoy bien.
Cuando salgo de mis cuatro paredes de protección todo cambia. Siento
como mi palacio se derrumba. Aún sabiendo que estoy en buena manos,
la de mis padres, no consigo estar cómoda.
Mis padres…Mi mamá me abraza y mi papá me besa. Quieren jugar
conmigo y, con mucha paciencia y ternura, esperan a que llegue el día
en el que les conteste. Pero me da miedo.
No me gusta conversar con la gente sencillamente porque pienso que la
gente no conversa. Las personas se hacen daño con las palabras,
discuten más que hablan. Todo, cualquier mínima cosa, o en momentos
extremos incluso cualquier gesto, puede ser objeto de conflicto. Mis
padres no discuten delante de mí, sin embargo creo que lo hacen
cuando están a solas. He llegado a esa conclusión observando, sin
que nadie me vea, a los seres humanos que conforman mi entorno.
También hay otros que se cuelan en mi casa a través del botón de
la tele y que chillan. Veo dolor, mucho dolor, y no veo medida. A
veces pienso en que hay vecinos míos que a esto le llaman vida. Yo
creo que no lo es. No puede ser vida nada parecido al ataque, la
burla y la crítica constante.
Aunque sé que me debo esforzar. Por lo menos con mis padres. Los
visualizo a ellos dos y entre medias hay un muro de hormigón que
quiero dinamitar. Sé que ellos quieren lo mejor para mí. No me
consideran un problema sino una chica que requiere de una atención
especial. Ellos son los que me respetan, los que me aman sin
condiciones. A veces intento decir una palabra, pero se me atraganta,
me da rabia. Creo que son los nervios. Me doy cuenta de la cara que
ponen mis padres. Se emocionan. Lo sé porque se les humedecen los
ojos. Esos ojos negros de mi madre y los azules como el mar de mi
padre. A veces no pueden contenerse y es cuando puedo nadar en las
lágrimas de papá y ver la luna en las de mamá.
Conozco mis limitaciones pero necesito romper esa barrera. Por eso, y
mientras lo consigo, he aprendido a mirarlos y a sonreír. Les lanzo
a veces una mueca pícara en forma de sonrisa. Así he conseguido
establecer un vínculo de comunicación con ellos. Así he conseguido
decirles que los quiero. Ellos lo saben y yo lo sé. El gran mundo
donde viven los demás, después de este gran paso, no me interesa.
Todo se reduce a mi mundo.
Hola Ina genia
ResponderEliminarMAGNIFICAMENTE MAGINIFICO
ResponderEliminarSimplemente precioso!!
ResponderEliminarhermoso, yo quiero tambien bajarme de este mundo
ResponderEliminarGracias Elvira! Eres muy amable :)
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