miércoles, 18 de julio de 2012

Mi pared, mis secretos


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¡Qué raro el mundo exterior! A mí me lo parece. Pese a ser pequeña, el otro día soplé las ocho velas que adornaban mi tarta, ya tengo una idea de cómo es el mundo. Soy Sofía, y mis papás me miraban en mi cumple tras un velo de tristeza. Quieren ayudarme, me quieren, y yo lo sé. Creo que piensan que con su esfuerzo podré avanzar. Se lo agradezco tanto…

Soy consciente de muchas cosas, sé que mis familiares, mis tíos, me ven como una niña difícil; incluso tengo claro que hay personas que piensan que no estoy bien, que estoy enferma. Como digo, soy consciente de muchas cosas pero no consigo entender otras. Me trasladan de sitio en sitio. Hay hombres vestidos de blanco que intentan jugar conmigo, quieren que hable con ellos, analizan mi conducta. Todos quieren ayudarme pero lo que no tengo claro es quién necesita más ayuda. A mí no me gusta conversar, de hecho hay muy pocas cosas que me llamen la atención del mundo en el que viven los demás. Normalmente me evado de esta “realidad” porque me aburre. Hay normas y ritmos de vivir que están impuestos y que hay que acatar para que te acepten. No me gustan las órdenes ni el orden, para mí desorden, en el que vive la gente que me rodea.
A mí, sin embargo, me gusta coger mi muñeca y abrazarla, mirar la pared pintada de blanco y pensar que es un lienzo que sólo yo puedo decorar a mi antojo. Me he creado un micromundo dentro del supramundo. La paz, la tranquilidad y el silencio son los pilares fundamentales. Me concedo grandes licencias… a veces coloreo mentalmente de azul el tabique de mi cuarto y me paso horas nadando en el mar. Otras, lo pinto de verde. Me gusta el color verde, es sereno, dan ganas de dormir. Entonces me imagino en un bosque frondoso donde el aire vespertino me mueve la melena a su antojo. Esas corrientes de viento a veces traen mensajes que no puedo desvelaros. Digamos que la pared de mi cuarto y yo hemos llegado a un acuerdo: nos guardamos mutuamente los secretos…si los contara la gente pensaría que no estoy bien.
Cuando salgo de mis cuatro paredes de protección todo cambia. Siento como mi palacio se derrumba. Aún sabiendo que estoy en buena manos, la de mis padres, no consigo estar cómoda.
Mis padres…Mi mamá me abraza y mi papá me besa. Quieren jugar conmigo y, con mucha paciencia y ternura, esperan a que llegue el día en el que les conteste. Pero me da miedo.
No me gusta conversar con la gente sencillamente porque pienso que la gente no conversa. Las personas se hacen daño con las palabras, discuten más que hablan. Todo, cualquier mínima cosa, o en momentos extremos incluso cualquier gesto, puede ser objeto de conflicto. Mis padres no discuten delante de mí, sin embargo creo que lo hacen cuando están a solas. He llegado a esa conclusión observando, sin que nadie me vea, a los seres humanos que conforman mi entorno. También hay otros que se cuelan en mi casa a través del botón de la tele y que chillan. Veo dolor, mucho dolor, y no veo medida. A veces pienso en que hay vecinos míos que a esto le llaman vida. Yo creo que no lo es. No puede ser vida nada parecido al ataque, la burla y la crítica constante.
Aunque sé que me debo esforzar. Por lo menos con mis padres. Los visualizo a ellos dos y entre medias hay un muro de hormigón que quiero dinamitar. Sé que ellos quieren lo mejor para mí. No me consideran un problema sino una chica que requiere de una atención especial. Ellos son los que me respetan, los que me aman sin condiciones. A veces intento decir una palabra, pero se me atraganta, me da rabia. Creo que son los nervios. Me doy cuenta de la cara que ponen mis padres. Se emocionan. Lo sé porque se les humedecen los ojos. Esos ojos negros de mi madre y los azules como el mar de mi padre. A veces no pueden contenerse y es cuando puedo nadar en las lágrimas de papá y ver la luna en las de mamá.
Conozco mis limitaciones pero necesito romper esa barrera. Por eso, y mientras lo consigo, he aprendido a mirarlos y a sonreír. Les lanzo a veces una mueca pícara en forma de sonrisa. Así he conseguido establecer un vínculo de comunicación con ellos. Así he conseguido decirles que los quiero. Ellos lo saben y yo lo sé. El gran mundo donde viven los demás, después de este gran paso, no me interesa. Todo se reduce a mi mundo.

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