Un pasquín en la puerta de la
literatura anunciaba que el gran Gabriel García Márquez padecía de
demencia senil. Afirmaba que los amantes de sus obras, de su manera
de contar historias, nos quedaríamos sin poder compartir con él más
momentos inolvidables, noches en vela, tardes de relax.
Por delante nos queda únicamente 100
años de soledad, una triste condena sólo soportable con la herencia
que nos ha dejado. Su vivir para contarla, su contarla para
recordarla. Su recuerdo imborrable, grabado a fuego de tinta sobre
lienzo, como obra de arte. Es el homenaje que podemos rendirle.
Recordarlo incluso cuando él no se acuerde de quién es y de todo lo
que le ha dado al mundo.
No podremos volver a abrir un nuevo
libro de los tantos con los que nos hemos zambullido en el buen hacer
de este colombiano que ocupa el sillón de los más privilegiados
escritores. Una noticia que ha secuestrado el alma de todos los que
lo admiramos y nos ha hecho naufragar en la tristeza. La crónica de
un hombre que venció un cáncer para luego perder la memoria
olvidando incluso a sus putas tristes. Ahora sí que no tenemos quien
nos escriba, quien nos deleite y nos haga viajar con su bendita manía
de contar.
Somos niños perdidos entre sus letras,
aunque aún sigan vivas, venciendo el amor y el cólera, venciendo el
amor y otros demonios, un demonio que se llama olvido y que deja sin
tinta al más ilustre maestro.
Y cuando el patriarca anuncie la
llegada del otoño y la hojarasca nos impida caminar sigilosamente,
cuando la mala hora llegue y la mamá grande se despida del genio y
nos quedemos con ojos tristes de perro azul, no tendremos más
remedio que correr nuevas aventuras con nuestra cruz de ceniza en la
frente de la mano de Miguel Littin echando de menos otros doce
cuentos de peregrino. Desafiando a la vida y sacándole un dedo a la
muerte.
Nos deja mucho, nos deja todo. Y
mientras recuerde, que disfrute de todo lo bueno y que coja prestado
de su compañero el bolso de viaje adecuado para hacer el camino
largo. Aquí, nuestra memoria seguirá llena de su arte y seguiremos
aprendiendo de Gabo.
Gabo, te regalo este recuerdo sin
importar el momento en el que caiga en el olvido.
Muy bueno.Cada día me sorprendes y despiertas mi admiración
ResponderEliminarMi pequeña artista... me postro a tus pies
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