martes, 27 de mayo de 2014

De tripas corazón

Una noche más en vela recordando recuerdos, trayendo al presente las fotos en blanco y negro, imágenes de niñez que reconfortan el alma cuando las arrugas ya se van haciendo hueco en nuestra piel. Y es que hay momentos en los que se puede volver a ser niño con sólo cerrar los ojos y dejarse llevar. Ahora tengo 7 y el termómetro marca 40.


Aún siento las caricias que calmaban mis delirios, los abrazos de madrugada cuando sólo era capaz de reconocer tu olor y el resto me parecía desconocido y dañino, los besos con los que me acunabas en el regazo del sueño. Veo tus ojeras al amanecer grabadas con el punzón de la preocupación y del cansancio, tu sonrisa dibujada con el pintalabios del disimulo mal disimulado, oigo tus pasos acelerados taconeando el hielo de las losas. ‘Me tengo que ir al trabajo, no te muevas. Si necesitas algo me llamas’, decías tragando lágrimas de angustia. ‘Me voy haciendo de tripas corazón’.
Tres segundos después el crujido de la puerta. Cuatro segundos después la carrera por las escaleras. Diez segundos después empezabas un nuevo día sin poder haber cerrado el día anterior. Once segundos más tarde corrías subiendo la cuesta. Me asomaba a verte por el balcón temiendo que las prisas te jugaran una mala pasada. Tomabas la curva y desaparecías. Doce segundos después mi cuarto seguía respirando tu aire y tu perfume. Mi cama, mi edredón, mis pañuelos y mi botella de agua. Los retales de la noche anterior, las pesadillas que se escondían detrás de cada esquina, el mercurio que ya no rozaba la zona de peligro, el cansancio y el dolor. Tu mirada triste al marcharte. Mi mirada triste reflejo de la tuya. El sueño me vencía y descansaba exhalando las alucinaciones que se quedaron atrapadas en mí horas antes.
Pasaban minutos y una mano helada tocaba mi frente. Abría los ojos y eras tú cerciorándote de que todo iba bien. Sonríes y me haces preguntas que no podía entender dentro de esta pegajosa enfermedad. ‘Te he traído un regalo para tu colección’. Un libro. Así me aficioné al mundo de las letras. Al olor de las páginas intactas. Al mundo de las fantasías.
No había tiempo para más. El deber te volvía a llamar. ‘Tengo que volver al trabajo, no te muevas. Si necesitas algo me llamas’, decías tragando lágrimas de angustia. ‘Me voy haciendo de tripas corazón’. Tu mirada triste. Mi mirada triste reflejo de la tuya. Tres segundos después, cuatro más, once… te veía dar la curva y desaparecer.
Volvía al dormitorio esquivando los pedacitos de pesadillas que se escondían en cada rincón. Mi botella de agua, el mercurio que no marca la zona de peligro, los pañuelos… y el libro. Ese cuento maravilloso que podía empezar a leer esperando a que volvieras. Media hora tenías de descanso. Media hora atravesando las calles de un pueblo de punta a punta. Nunca nadie pudo estirar tanto el tiempo. Nunca nadie pudo ser la mejor.
Abría mi nuevo mundo y me perdía entre dibujos y textos. Lo leía y lo releía. Disfrutaba cada letra. La paladeaba.
Es todo cuanto recuerdo. Mi colección de libros en los días en los que la fiebre me devoraba y el dolor campaba a sus anchas por mis huesos. Mi primera colección. La guardé durante años como mi mejor tesoro y, ahora, ya está en la estantería de otro niño esperando a ser engullida con ojos curiosos. Mis ‘de tripas corazón’.

En días como hoy me acuerdo de tus carreras, de tu mano helada sobre mi frente, de tus mimos, de las noches en vela sosteniendo el mundo con tus manos y luchando contra mis fantasmas.
Gracias, mamá, por absolutamente todo.
Te quiero infinito!



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