jueves, 13 de septiembre de 2012

Pomada para grietas


Siempre que algo iba mal su particular ángel aparecía. Sara tenía esa suerte. Cuando la sentía cerca cualquier preocupación perdía su importancia, se difuminaba, caía en el cajón de la nada, en el saturado olvido.


Ella siempre entraba en escena por la noche, sin hacer ruido. Entraba por derecho, sin pedir permiso. Sabía que también era dueña de la casa pese a no figurar su nombre en ningún papel. Se abría paso por las distintas habitaciones hasta llegar al cómodo sillón rojo, ese que está justo debajo de la ventana del dormitorio, muy cerca de la cama, y que empieza a convertirse en un trasto viejo. Ahí se sentaba y la miraba. Permanecía inmóvil todo el tiempo. Inclinada hacia delante para observar mejor, para no perderse detalle alguno. Tal vez se quedara unas horas, tal vez sólo fueran un par de minutos. Ahí estaba, con su carita poco bronceada, con sus ojos marrones desafiando la oscuridad, con su pelo canoso en el que se mira la presumida luna. Su gesto era relajado, tranquilo, con esa serenidad que tienen las personas que han vivido mucho y que se han dado cuenta de la importancia que tiene un suspiro más. Siempre llegaba sin ser llamada. Nunca la dejaba sola en momentos así.
La analizaba. Cada gesto, cada pliegue de su rostro, cada arruga de su alma. Nada pasaba inadvertido para ella. Podía saber con certeza, sin cruzar una palabra, lo que ella estaba pensando, lo que estaba sufriendo, aquello que no le permitía nadar en las profundidades del sueño. Sara fue la hija que nunca tuvo. Esa flor en el jardín yermo de su matrimonio. Esa niña que le hacía las tardes más llevaderas, la misma que rogaba que la dejaran más tiempo con ella para seguir descubriendo un mundo hasta ahora desconocido. Sara reía, lo pasaba en grande, aprendía miles de cosas cada tarde que pasaba a su lado. Sus encuentros diarios la llenaban de energía y de ilusión.
Tal vez por eso, y pese a todo, ahora no podía dejar de estar.

Sara lo pasó muy mal cuando ella tuvo que marcharse lejos, tan repentinamente. Fue entonces cuando realmente se dio cuenta de que la distancia física hace mella en el alma y no hay tiritas para proteger la herida. Cuando se percató que las llamadas más desesperadas son aquellas que se hacen sin voz. Ésta misma sólo era una ocasión más en la que la alarma saltó y le hizo volver.
Allí estaban de nuevo las dos tras un largo tiempo sin coincidir en el tiempo y en el espacio. Ella con los ojos muy abiertos. Sara con los ojos cerrados, tumbada en la cama, intentando hacerse fuerte para plantar cara a sus miedos. Luchaba con todas sus fuerzas, quería deshacerse de todo lo que duele, de lo inevitable, del dolor que provoca el destino de la vida. La inquietud le hizo abrir los ojos. Entonces se dio cuenta de que sus sentidos no le mentían, de que estaba acompañada.
Sara se incorporó y la vio levantarse y andar hacia una esquina de la habitación. Llevaba el mismo camisón blanco de siempre que se movía al antojo del aire. Estaba radiante, guapa, increíblemente hermosa. Sonrió. Su gesto desdentado provocó la sonrisa también de Sara.
  • ¿Volverás de nuevo, Tita?, preguntó intentando salir de la cama.
Ella no contestó, sólo sonreía.
  • Te quiero y lo sabes- añadió Sara- Me encantaría volver a verte... pero tengo miedo. Estás aquí cuando los miedos me asaltan. No vienes cuando tengo momentos alegres, sólo estás en los momentos malos. Y necesito hablar contigo. Tengo que decirte algo. Necesito que la cuides y que no dejes que se vaya.
Ella permanecía inmóvil y sus ojos se tornaron compasivos. Asintió con la cabeza y empezó a desaparecer. Cada vez se hacía más transparente. Desapareció.
Sara volvió a la cama y se quedó dormida. Ahora estaba tranquila. Ella le había transmitido esa serenidad de las personas que saben lo importante que es un suspiro más. Ella lo sabía porque hacía muchos años que agotó su último aliento. Aún así siempre velaba por su sobrina, estuviera donde estuviese.
Sin demorarse mucho más en el tiempo, un nuevo día amaneció. Sobre las 09:00 horas Sara se despertó. Fue al baño sin dilación y se lavó la cara con agua helada. Entonces se miró en el espejo y se acordó de su ángel. Fue corriendo al dormitorio y se quedó de pie en el mismo sitio donde su Tita se despidió de ella. Cerró los ojos. Sonrió. Sabía que la había visto, que todo fue real. Sabía que había escuchado su mensaje y que haría todo lo que estuviese en su mano para llevarlo a cabo. Sonrió de nuevo.
“Hasta siempre”, murmuró Sara, y comenzó el día llena de la misma energía y con la misma ilusión como cuando coincidieron las dos en este mundo.

6 comentarios:

  1. Enternecedor, ¿basado en un hecho real?

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  2. Me gusta pensar q todos tenemos algún ángel...los hay que no podemos verlos y los hay de carne y hueso! Gracias y besos

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  3. Sis me encanta tu estilo es precioso,

    En el saturado olvido.
    Donde la luna presumida se miraba.
    Esa serenidad de las personas que saben lo importante que es un suspiro mas.

    Muy autentico , Congraaats

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  4. Muchas gracias hermana...me alegro de que te guste!!! Besos

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¡Muchas gracias por leerme!