domingo, 16 de diciembre de 2012

La historia que no supe leer de esa lágrima



Derramaste parte de tu alma mientras descosías la mía, que ya de por sí deambulaba maltrecha. Me abriste la puerta de tus miedos y, cuando iba a inmiscuirme por los pasillos más oscuros de tu `yo’, la cerraste sin darte cuenta de que yo también anduve por esos labertintos. De nuevo quedaron todos los interrogantes abiertos, sin respuestas. Otra vez me instalaba en el abismo, pero no pensé que esta vuelta a mi antiguo hogar se haría tan dura. Y dolió.



Me quedé sentada, inmóvil, bloqueada. Me descubrí siguiendo el camino que hacía una de tus lágrimas. Reprimí el deseo de abrazarte. Ni yo era yo ni tú parecías ser tú. Te escondías mientras recitabas una poesía, mientras recordabas otras sensaciones con nostalgia… cualquier tiempo pasado era mejor para ti. Capítulos de tu vida fueron muriendo en la comisura de tus labios. Cada gota exprimía un mal trago y ponía distancia entre ambos. Así, en el ensordecedor bullicio de la nada, se fue instaurando la dictadura de tu realidad.
Ni principio ni fin. Rechazaste mi mano. Te quedaste a oscuras. Renunciaste al color porque una vez lo viste brillar y te cegó. Clavaste tus ojos en los míos y tu indiferencia congeló mis sentidos. No necesitábamos más palabras, las ya pronunciadas aún rebotaban en las paredes. Te difuminaste. Volví a arroparme en el silencio y a defenderme de tus fantasmas con la pueril luz de una vela. Medité. Miles de preguntas me advertían de que no conseguiría descansar esa noche. También se evaporaron. Sólo quedó el miedo. El temor de no haber podido leer y comprender la historia que contaba la lágrima que esquivó tus labios, la que cayó en mi mano, la que absorbió mi piel.

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