domingo, 2 de marzo de 2014

Día amarillo

Holly Golightly los llamaba ‘días rojos’. Sin embargo hoy, mientras descorría las cortinas de la ventana del salón de su diminuto apartamento, ella se dio cuenta de que eran color sepia. Miró al cielo y pensó que las nubes estallarían de un momento a otro y harían saltar por los aires miles pedacitos de cristal sobre el asfalto. Entonces lo vio claro. El pánico era de color sepia.


El descubrimiento sólo consiguió despertar su curiosidad. Abrió la ventana para conocer el olor del miedo y guardar su fragancia en alguna parte de su cerebro. Aspiró fuerte y, de repente, se trasladó a su infancia. Era el mismo aroma que el que emanaba de la mochila de plástico azul que llevó en su primer día de guardería.
Después asomó su escuálida mano entre el hueco del cristal y el muro para poder tocarlo. Era fuerte y áspero, desagradable, infranqueable. Tenía arrugas por su carácter milenario; era firme e imparable, autoritario, muestra de la prepotencia del vencedor.
Intentó escuchar su voz pero sólo oyó la nada. El silencio. El pánico era mudo, por eso uno no se daba cuenta de que le acechaba hasta tenerlo muy cerca, cuando el margen de reacción quedaba reducido a cenizas. No había nada que hacer salvo desafiarlo.

Cerró los ojos. Dos opciones. Guarecerse bajo la manta y esperar que la tormenta pasara o salir de casa, buscar un hermoso jardín verde, tumbarse sobre la hierba y esperar a la explosión del mundo. Eligió la última y esperó paciente mientras la atmósfera se tornaba cada vez más sepia, cada vez más sorda, cada vez más ciega.
Sonó un trueno. Acto seguido, el crujir del espejo del cielo partiéndose en dos. Respiró profundamente y dejó libre el que sería su último aliento. Había comenzado la lluvia de pequeños cristales que iban irradiando colores diversos hasta clavarse en el asfalto, en los jardines y en el cuerpo de chica tendida a escasos metros de su apartamento.
Así actúa el miedo: agujerea todo lo que encuentra a su paso y deja un baño de sangre de los deseos asesinados.


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