Quizás
echemos de menos, de una manera inconsciente, el placer de flotar en el líquido
amniótico de la barriga de nuestras madres. Tal vez por eso, y sólo por eso,
cuando el cielo parece que se va a romper sobre ti, darte un baño se te antoja
la mejor decisión.
Sentir
que el cuerpo se hunde hacia el fondo como si fuera plomo, ver que la realidad
queda fuera de ese manto que te cubre, dejar de respirar durante unos segundos,
cerrar los ojos, mantener la calma y luego… flotar. La paz debe ser eso. La
calma, la línea que separa los dos mundos. La tranquilidad, dejar la mente en
blanco, dejar de pensar.
En
la barriga de mamá estábamos bien. El ruido de afuera no era molesto. Podíamos
flotar y dar vueltas. Estábamos a salvo de todo, protegidos.
Quizás
por eso, y sólo por eso, cuando hay días que el mundo se resquebraja y comienza
a sangrar, tendemos a llenar la bañera de agua y sumergirnos buscando un poco
de alivio. Será por eso. Será, quizás, una puerta que te lleva al pasado. Será, tal vez, un punto en blanco, una protección.
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